Presentación
© 1999 - Frontera de la Palabra
Palabra Conjurada es una pequeña muestra colectiva de la emergente cultura india. Los cinco autores aquí reunidos, conjurados, son al tiempo exponentes de tres idiomas, tzeltal, tzotsil y chol.
Cada autor es un ladrón de sus propias palabras o de palabras ajenas: esa es la tarea del escritor: robarle la palabra a las cosas, a los elementos y a las personas y enfrentar la vida sabiendo qué dicen y escribiendo esa sabiduría para que otros sepan del lenguaje oculto de la propia palabra.
"Embriagarnos con palabras es la sabiduría", afirma el personaje del cuento de Josías López K’ana, tzeltal de Oxchuc. Tanto K’ana como Huet han dado un salto muy grande en el tratamiento de sus cuentos: de la "escrituración" de lo narrado en la tradición oral, saltan a la creación, partiendo de los elementos históricos y sociales de sus comunidades. No sólo son los escribientes de historias, ahora recrean sus historias y las perfilan y ordenan de acuerdo al español impuesto y rigurosamente aprendido para el efecto que sea, en este caso, literario. Pero el suyo es un español donde los hablantes de dichas historias no extravían sus formas coloquiales, al contrario, les dan vigor y contundencia.
En ambas narraciones la magia juega un papel esencial. Por un lado, en Ladrón de Palabras de Josías López K’ana el concepto poeta rebasa a aquel poseído por la "bilis negra", según los antiguos europeos, en el emisario de su narración la palabra cura, alivia, sana a los enfermos y derrota la maldad: la palabra verdadera transforma, no es adorno.
Por su parte, en Paso a paso Nicolás Huet señala los martes y jueves como días sagrados, las puertas del universo están abiertas y puede pasar lo indecible en esos benditos días. Así pasa y pesa la tristeza a las puertas de la familia huixteca en un momento y en una situación que podemos afirmar que aún no termina: la literatura es memoria, ésta puede hacerse historia y nuevamente literatura. La recreación de la historia de las comunidades es un tema aún amplísimo, ahora en la pluma de sus propios autores y representantes.
En las secciones de poesía ocurre algo similar. Juana Karen, joven poeta chol, da forma a su voz con poemas sencillos y coloquiales, tanto en ella como en Ruperta Bautista Vásquez Acteal es una herida en la conciencia creativa. Pero a diferencia de Karen, Ruperta recurre a la imagen poética, evoca y sintetiza, plantea problemas desde la aprehensión de la realidad con sus ideas creativas.
Por su parte, usando estructuras clásicas de la poética, Enrique Pérez López escribe en verso, en su idioma natal como en español, utiliza el soneto y el cuarteto en alejandrinos. La poesía india, a traves de sus poetas, ensaya modelos imperecederos; los sonetos en tzotzil adquieren no sólo forma, sino un original pérfil de expresión artística que en muy poco tiempo será dominado a plenitud y vuelto a trasculturizar para novedosas tentativas de una poesía y una poética que como tales, serán universales. Enrique alcanza niveles musicales sin pensar únicamente en la música. Es importante observar ese ritmo particular y cómo éste no puede disociarse del tema.
A la pregunta ¿cómo se hace un soneto en tzotzil?, sólo transferimos la métrica silábica a los distintos idiomas de los escritores que participaron en un "laboratorio de expresión poética" y los resultados hoy están en las manos de los lectores. Ritmo, música, rima y planteamiento toca enjuiciarlos a quienes lean en su idioma natal, como en español, las composiciones aquí contenidas.
La traducción de cada trabajo es de su autor: en español, tzotzil, tzeltal y chol los autores escribieron historias y poemas similares para guardar la fidelidad con su obra.
Palabra Conjurada fue el proyecto con el cual el Espacio Cultural Jaime Sabines obtuvo apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes para la realización de su VI Diplomado en Creación Literaria (octubre 1997-julio 1998), y para la coordinación de talleres literarios y de promoción de la lectura. Además, entre otros, un logro del mismo proyecto fue la organización de un "laboratorio de poesía", cuyo resultado es esta Palabra Conjurada, pero sobre todo, el trabajo y permanencia de los autores aquí conjurados.
Por último, un cumplido y sincero agradecimiento a quienes hicieron posible la publicación de este libro: Gabriel Ramírez gestionó con Laura Gabriela Bravo Ochoa y el Centro Juvenil de Promoción Integral, A.C., la impresión de esta Palabra Conjurada.
Atte.,
José Antonio Reyes Matamoros
Editor
San Cristóbal de las Casas, a 21 de enero de 1999.
PRESENTACION
El ladrón de palabras
Josías Lopez K’ana 1
Tantos Poetas
Juana Karen Peñate Montejo 19
Lunes en el pozo
Ruperta Bautista Vázquez 29
Paso a paso Nicolás Huet Bautista 45
Cantos para celebrar
Enrique Pérez López 75
DE LOS AUTORES 93
EL LADRON DE PALABRAS
Josías López K’ana
Xmaruch, Xmaruch, por favor, tráeme un poco de pox, está reseca mi garganta. ¡Apúrate, Xmaruch!, ¡apúrate!, quiero un poco de caña, te digo. Todavía me sobra vida, porque soy el nido de las palabras.
Gracias, Xmaruch, gracias. Ya es tarde, el sol alumbra la punta del cerro donde está enterrado el héroe de nuestro pueblo. No importa, no me interesa cómo van amontonándose las horas. Hemos vivido juntos desde que nuestros padres lo acordaron, seguiremos así, hasta que el ser creador decida por nosotros.
Ya no llores Xmaruch, no llores más. Me he de morir de todos modos, ya me toca, descansaré bien cuando esté muerto. Quisiera ver cómo se ilumina el rostro de un joven cuando sepa que el saber del hombre no se puede heredar ni lucrar con él, es un producto prodigioso. Sí, para él es cosa del pasado y un misterio enormísimo. Para nosotros es la esencia de nuestra vida, de nuestra inmortalidad, el saber nos reúne, nos da conciencia de lo que somos.
A los jóvenes de hoy aún les falta conocer la esencia de nuestra vida, aunque digan todo lo contrario, es la verdad, balbucean al hablar, manejan mal las palabras, las palabras de nuestros primeros padres.
¿Te acuerdas Xmaruch, cuando el joven Lázaro llegó a la casa, el hijo de don Miguel Wakax? Sí, el mismo Miguel que mataron hace cinco años. Vino acompañado de su joven esposa, traía vendado con trapos el pie derecho. Temblaba y gemía de dolor. Según él, cuando iba a su milpa, resbaló y se hirió con su machete. Sí, traía enjuta la cara de tanto dolor. Me suplicó que lo curara; pues no me negué, acepté atenderlo, es mi deber ayudar a mis semejantes. Así me enseñaron mis antepasados.
Le pedí con afecto que quitara la venda de su pie, él se negó, aseguraba un tan inmenso dolor y se arqueaba para demostrarlo. No le rogué más, pero en sus labios alcancé a leer algo extraño. Tarde o temprano descubriría la verdad.
Usé tabaco molido con cal. Nuestros antepasados lo nombraban may, lo sigo usando, y nos protege de los espíritus malignos que ululan por las noches en busca de almas perdidas, ayuda a sacar la enfermedad, aminora el dolor de cualquier herida o torcedura. También usé copal. Con el aroma y el humo del incienso sahumé a mi paciente. Con el humo rastreo las huellas del mal. Al encontrarme frente a frente con la causa, la atrapo y la acabo de una vez. No es fácil, a veces el mal se resiste y todavía carcajea burlonamente. Pero mi conciencia es limpia y pura, y el mal termina por postrarse.
A la semana regresó Lázaro. Estoy seguro que no se te ha olvidado, Xmaruch. Era un muchacho calmado y serio, le gustaba trabajar la milpa. Ya vez, Xmaruch, nuestras tierras son empinadas laderas, el sol se ha encargado de desmenuzarlas, aún así hemos sabido cosechar suficientes alimentos. Vivimos gracias al maíz, ese grano es la base omnipresente de nuestra historia. Es cierto que soy un hombre respetado y me buscan frecuentemente, por mis años de peregrinación. Poseo un lenguaje que traspasa el límite de lo terrenal y se adentra al mundo misterioso de los dioses. Voy a la iglesia, enciendo velas y entono cantos que rompen el silencio y alegran el corazón de nuestros ancestros, ellos nos custodian cotidianamente del más allá, y prohiben la tristeza en nuestra comunidad. Y a través del sueño vago en las profundidades del cielo y de la tierra, recorro las recónditas moradas de los autores de la vida. El viento que sopla lo sabe, a veces viajamos juntos hacia lo infinito. Pero me gano el alimento como todos los hombres humildes que siguen ejerciendo su talento, su trabajo en el cultivo, heredado de nuestros primeros padres. Trabajo la tierra, soy diestro en usar el hacha, las palmas de mis manos endurecidas dicen todo.
Aunque Lázaro sabía mucho de nuestro pueblo y de nuestras costumbres, sus conocimientos eran triviales. Me rogó de nuevo que lo siguiera curando. Así lo hice, no me agrada ver sufrir a la gente. Recé y pedí a Dios fuerza y poder, no para mí, sino para salvar a ese humilde muchacho. Dios es mi guiador, él me dice todo lo que digo, lo que canto cuando estoy tratando a mis pacientes; así llegan sanos y salvos a su hogar. En mí no hay odio, rencor ni venganza. Mi lenguaje no está plagado de mentiras, de turbiedad ni de basura. Soy un hombre limpio. Aunque el enfermo no me dice la causa de su mal, yo lo adivino y le digo sus verdades. Soy capaz de devolver el alma a quien la perdió por haberse asustado, caído o mentido.
Pobre Lázaro. Se veía muy acabado. Cogí su pie sobre mis piernas. Cómo gritaba, no quiso que lo tocara. Sin embargo, su quejido no parecía el de un enfermo, algo tramaba. Sus manos temblaban, tal vez de desesperación. No le unté ningún medicamento, así me lo pidió. Apenas lo rocié con un poco de trago, también la caña, el pox es medicina.
Al despedirse me agradeció todavía el desgraciado; llevaba unos huevos y me los dio, no como paga de mis servicios sino como señal de agradecimiento. Yo no debo lucrar con mi sabiduría. Quien cobra sus servicios es un gran mentiroso, un gran charlatán, un simple simulador. Quien es sabio como yo, no hace ningún negocio, el saber está a disposición de todos. Porque la sabiduría se trae consigo desde el nacimiento, ya viene uno destinado a ser sabio. No cualquier persona puede llegar a serlo. Por eso no me siento insignificante ante nadie. Así vine al mundo con el don de curar, lo traigo desde el vientre de mi madre.
Lázaro me prometió regresar de nuevo. Yo le dije que no era necesario, con dos o tres veladas sano a mis pacientes. Le sugerí que reposara unos días y pronto se recuperaría.
Pero algo se le ocurrió. A los tres días regresó. Llegó muy espantado, no encontraba qué decir. Hacía esfuerzos por no llorar, pero sus ojos lloraban solos. ¿Cómo no va a estar asustado con el pie totalmente enllagado, lleno por dentro de agua podrida?
Le expresé mi confianza y le pedí que hablara con la verdad, sin pena, sin temor, puesto que se encontraba frente a un hombre que sabe comprender. Aunque no quería, empezó diciendo que él deseaba ser un viajero infatigable como yo, un pez peregrino por el caudal de su propio sueño, pero no nació para ello. Planeó ser un ladrón de palabras. Pensó que con el simple hecho de aprender mi lenguaje, de secuestrar mi canto, ya sería sabio. No, el don de leer el secreto de la vida no se compra ni se adquiere. Yo canto al son de los tambores, recorro el caudal del canto de los dioses y navego a voluntad de los seres principales. Soy un viajero eterno, porque así lo soy, así nací, así he de morir. Cuando me embriago con el lenguaje, con las palabras, descubro el origen del mal. Embriagarse con las palabras es la sabiduría.
En mí no hay brujería, pero me acusan de brujo, de hechicero. Hay gente envidiosa, inventan mentiras con el único propósito de denigrar mi personalidad. No pueden destruirme, me muevo bajo el imperio de las palabras, de las palabras sagradas
de los dioses. Los jóvenes dicen conocer mucho, hablan de tantas cosas que ni ellos entienden, son huérfanos engañados, huérfanos de lenguaje. Se embriagan con alcohol ajeno. Hasta pelean, se matan por querer ocupar un lugar privilegiado en la vida, no se dan cuenta que están navegando hacia otro rumbo, donde anida la tristeza. Deben saber que la voz de un sabio es nítida, valiente, siempre honesta.
Lázaro tuvo valor, él había inventado una mentira con la intención de robar mi lenguaje, mi saber, el saber de un emisario. De nada le sirvió. La furia de la mentira se volvió contra él. El maleficio obró. Estaba supurado su pie.
Empezó a contar que su hijo mayor había fallecido no de enfermedad sino de hambre y dolor, como mueren todos los niños mayas. Irónico, tal vez porque su corazón estaba lleno de amarguras, de odio y sed de venganza, gesticuló levemente con las manos como queriendo pedir perdón. Le recordé que todos hemos de morir, nuestros primeros padres nunca llegaron a descubrir una planta curativa en contra de la muerte y quizá habrá para nosotros días luminosos. Luego volvió a matizar que no teme la muerte, porque es un simple reencuentro con los seres queridos que se han ido al reino de los muertos, al llamado K'ATINBAK, sino al hambre que destroza sin misericordia, al hambre que posee un poder destructivo.
Por eso se armó de valor, inventó mentiras, se hizo pasar por un hombre herido, no quería sufrir más, pensaba dejar la vida de los pobres y mudarse a otra forma de vivir, creía que un hombre sabio es un hombre rico, por eso intentó robar mi lenguaje. Pobre Lázaro, en su arrepentimiento no encontraba qué decir. Le pregunté si aceptaba su error, él asintió con un movimiento de cabeza. Aceptó su error por la misma evaluación de conciencia que hacemos todos. Admitir la debilidad de uno es comprender la realidad de nuestra sobrevivencia y conocer lo sagrado de un ser humano.
Como tú lo sabes Xmaruch, aquel que comete errores está destinado a morir, solamente puede salvarlo una docena de cuerizas. No tuvo más remedio que aceptar. Se acercó a mí y se puso de rodillas, empecé a chicotearlo, quedó revolcándose en la ceniza del fogón. Pensarán que soy cruel, por eso me dicen brujo, mensajero de la muerte, cómplice del PUKUJ. Pero no soy ni del uno ni del otro, simplemente soy un hombre que nació con el canto, con el lenguaje más precioso. Si no le doy unas cuerizas a Lázaro, su enfermedad se extendería como fuego en una pradera seca.
Hace mucho hablé con Lázaro y estaba feliz, sonriente el desgraciado, llevaba su tercia de leña y su manojo de hijos. Alcancé a ver en sus labios sinceridad, sentí su arrepentimiento y vi en sus ojos el aprendizaje de lo que provocó. Bajó la cabeza, se colocó frente a mí y me pidió consejo para una vida mejor.
Xmaruch, tengo el bienestar
de la palabra, como si no hubiera pasado nada. Mi vejez vuelve más violenta
la vida, nunca había sentido que fuera lento el día, siento como
si algo cargara, un pesado bulto que no me deja avanzar. Algún día
llegará la muerte. En eso pienso. Llegará la muerte y me pondré
a descansar para siempre. Xmaruch, Xmaruch, dame otro trago de pox, con está
bendita bebida siento de nuevo la palabra. La palabra nutre mi alma, me da vigor
y fuerzas.
TANTOS POETAS
Juana Karen Peñate Montejo
Pensamiento
El hombre con sabiduría teme,
Desaparece en su sueño profundo,
Cuando el destructor gobierna el universo,
Haciéndose totalmente insolemne.
El cosmos brillante le ofrece,
Pensamiento del hombre diferente,
Cavila muy temerosamente
Y trata de vencer lo indurable.
El temor va alejando lentamente,
Y guarda en tierra distinta el engaño
Donde el destructor le tapó la mente.
El hombre camina, habla y viene,
Su pensamiento cada vez engrandece
Como árbol frutal y resistente.
El Cerro
El ave canta su grandeza
En el cerro apasionante
Cada vez anuncia su pureza
Y siente alegría vibrante.
Mi alma grita con gentileza
¡ya en el cerro un caminante!
Lleva en su pico la belleza
Que simboliza un meditante.
El cerro lleva su liviandad,
Un día se llenó de complejidad,
El hombre sustentó una omisión
El ave lleva una flamante ilusión,
El de las abejas con otra visión
Y deja por detrás la crueldad.
Amanecer
En una madrugada estrellada
Caminé a las selvas de chambä wits,
A mi oído iba el grillo
Cantando con tristeza.
Crucé el desierto de yeba wist,
En mí brotaron lágrimas
Descubriendo un vacío total,
En el mundo de yeba witx.
Seguí caminando al compás del mukuy,
Hasta llegar a las selvas de chambä wist,
Anhelando encontrar el líquido
Encubierto desde el tiempo.
¿Por qué?
Tantos poetas he escuchado
Entre las llamas de mi soledad
Que las notas de mi alma
No comprenden aún
Por qué la vida lucha
Encerrada en los fierros del universo.
Una mañana escucho
A un poeta carmelita
Le habla alegremente a los campechanos:
Mis mujeres tejen y cosen el henequén
Otra mañana, otro poeta
Habla igualmente
Ahora es tabasqueño
Ante el micrófono
Adorna a sus bellas mujeres
Con palabras floridas.
A la mañana siguiente
Escucho melancólica
A un poeta de Acteal
Y exclama:
El fin de mi mundo.
LUNES EN EL POZO
Ruperta Bautista Vázquez
Dices
Dices que ríes de nuestras lágrimas
mirando la humillación de los ciegos,
eres joven pero sobre tu piel pesa la ancianidad.
Eres feliz danzando en la pobreza
¡Ay, señora Chulti’!*
Dices que curas y rezas con lanzas de fuego para herir.
Amas pero obsequias un ramo de odio,
construyes y bombardeas ideas.
¡Ay, señora Chulti’!
Dices que conoces pero cargas costales de ignorancia,
escuchas pero eres sorda,
eres buena pero tu escudo es la maldad,
gritas libertad y con tu ambición esclavizas.
¡Ay, señora Chulti’!
Dices que buscas justicia pero golpeas a la humanidad,
quieres igualdad y escalas a través de los humildes,
prefieres volar pero cortas alas ajenas,
quieres la paz pero siembras odio y guerra
Señora Chulti’ ¿por qué no deja de decir?
* Chulti’: Mentira, en idioma tzotzil.
Menú Natural
Electrocutando la esencia de sus propios huesos,
colgados cual aretes en los cuatro puntos cardinales
homo sapiens diversos agarrados a la piel del mundo
sin frenos está su forma cuadrada de pensamiento.
Mastican de prisa la joven carne verde-azul
extrayendo verdades secas a una fría respiración;
saborean una silenciosa tonada universal,
brindando de su cuerpo, licor rojo.
Manos filosas a través de los años
cortan en trozos el vestido cósmico
haciendo una ensalada de savía negra,
guisan platillos de máquinas ideológicas.
Como hipólitos resbalan en su ardiente trampa
refugiándose del calor alterado de la naturaleza,
corren sudorosos destruyéndose en la olla de sus obras.
Derriten las multicolores notas del globo
sobre brillantes charolas emocionales.
Exprimen desesperado vapor planetario
a través de su hirviente aceite filosofal.
Lunes en el pozo
En la infancia del día el sol se baña
perfumando el rezo de los humildes.
Una velación cubre el sano cuerpo del lugar,
la mirada traicionera atenta.
Plegaria y humedad de la selva
en minutos se convierten río de sangre,
las alabanzas se visten de agonía
flotando en el polvo destructor.
Hombres asesinos marchan decididos
sobre almas buscadoras de justicia:
actúan cobardes y malvados,
se siente su ruido de carnicería.
Los inocentes tocan al portón de la tumba
degollados por el testamento dominador,
caminan en el suelo cubierto de espinas
con su muerte obligada.
Es testigo el desesperado aire
y rojas lágrimas de tiempo
cubren el rostro de los huérfanos
acribillados con odio de ametralladoras.
Embriagados
El sol suspira gotas de esperanza
y mancha, golpea, revolotea en las nubes.
Suenan los tambores, chocan las risas del agua,
el cielo baila con disfraz alegre.
Fieras prepotentes hieren
la blanca espalda de la libertad;
filosos colmillos desgarran
la pequeña luz de la lámpara pacífica.
Las canas del tiempo y los latidos de la razón
hablan de grandes lunares ocultos
construyendo una sola esperanza.
Ojos estúpidos trituran la marcha,
reencarna la injusticia en rojas olas;
aplausos de niños dibujan pasos negros
ayudados con la falsedad.
La carreta de olor putrefacto deja huellas de sangre,
salpica el veneno de palabras humillantes,
la dignidad resiste con la permanencia del viento.
A la muerte
En el principio los suspiros
vagan con el canto
de pájaros mensajeros
y en desesperación se convierten.
El corazón de la madre aguarda
la despedida de la existencia,
de sus ojos brotan lágrimas rojas
pintado su rostro color de muerte.
Corre de prisa el odio,
detiene los latidos de la vida.
La ambición estalla,
enciende su veneno de competencia,
arraza a la moridunda ideología,
fuego sedoso permanece.
Realidad innecesaria
Inepta desmensurada actitud monótona
apóstoles del dinero vigilan
en una noche fresca,
olfatean inocencia perfumada.
El poderoso se esconde,
lleva en su bolsillo la injusticia,
utiliza monumentos a la necesidad,
provoca el hambre.
Desde su castillo de trampa
escupe espuma de enfrentamientos;
y bajo su torre,
brama un río de plegarias.
Los violadores de la libertad
fusilan huellas apenas visibles,
la herida del tiempo se repite.
Huellas destructoras
Con el delito de la pobreza
tratan de escapar de tan grave culpa
convirtiéndose alimento de fusiles
o ratos de combate contra su pueblo.
Jóvenes preguntan,
especialistas responden con el tiro de gracia
en la cabeza del desnutrido.
El corazón de militares ríe,
en sus ojos guardan agua sucia.
Potentes armas llueven balas,
chillan y enloquecen esos hombres.
Con fuertes escudos y cañones,
destruyen sueños de niños asustados,
sin piedad arrastran vidas desnudas.
Rostros malditos festejan su victoria
en gran carnaval de asesinos.
Así eslabonan cadenas hambrunarias:
emperadores gozan observando, sonríen.
PASO A PASO
Nicolás Huet Bautista
Muk'ta osil, Tierra Grande, nuestra tierra, enclavada entre verdes montañas y serranías, el canto de aves multicolores se entreteje con el viento primaveral; ahí se encontraba refundida nuestra casa, hecha de tejamanil, con paredes de tablas gruesas, envuelta en el aroma de flores silvestres. Reconocidos como la familia del viejo carguero religioso, el más humilde de los huixtecos, pero de corazón lleno de entusiasmo y alegría; una familia numerosa contando a mi hermanito Miguel, el más pequeño, hacía dos semanas lo bautizaron en el templo de San Miguel Arcángel, en el centro ceremonial del pueblo, todavía le estaba llegando su Ch'ulel.
Martes y jueves son días sagrados, están abiertas las puertas del mundo. Un jueves mi papá regresó de su trabajo al medio día, descalzo, con camisa blanca, calzones de manta manchados de tierra, cabello sucio, así se notaba más su edad adulta. Encontró a mi mamá tejiendo y le dijo:
-¡Oye, mujer! ¿cuándo iremos a Jobel, para comprar el chile, la sal y las cosas que ya no tenemos?
Mi mamá, muy entretenida tejiendo el sarape de Miguelito, se asustó al escuchar la voz de su esposo, dejó de tejer, volteó a verlo y le respondió:
–¡Pues yo no sé...pero te he dicho que ya no tenemos nada!
–¡Qué tal si vamos mañana, así descansamos pasado mañana!
Mi mamá sonrió, desató el telar de su cintura, lo enrolló y respondió:
–¡Ay, hombre... pero si no haz hecho tu carga para llevar! ¿cuándo la vas a preparar?
–¡Ahorita la puedo hacer, si quieres ir!
–Bueno, está bien, vamos de una vez, haz tu carga y yo voy a ver qué más hay para llevar y luego me ayudas a agarrar los pollos.
Así se pusieron de acuerdo mis padres para viajar a la gran ciudad de Jobel.
Mi papá se notaba preocupado, silbando sones como tocan los músicos en las casas de los alféreces en el pueblo; fue por redes y costales vacíos y unos plásticos viejos, los tendió en medio del patio, enseguida trajo dos costales llenos de trigo, única cosecha que habíamos guardado en el año, los embrocó sobre los plásticos. Los pollos se acercaban al ver el trigo.
–Ux, ux, ux, ux, ¡salgan benditos pollos, no es para ustedes este trigo, es para venderlo! Pedro, ¿qué estás haciendo?, saca los pollos de aquí –me ordenó mi papá.
Mi papá midió su grano, cuartilla tras cuartilla, hasta ajustar un costal de trigo. Preparó otro costal más pequeño, sólo tenía dos litros. En esos momentos caía el atardecer, el sol se ocultaba entre las montañas; mis hermanas María y Lucía habían llegado con sus animales del pastoreo. Después de preparar su carga mi papá desapareció un rato, fue al pozo a bañarse. Mi mamá, apurada y enojada hacía tortillas, sus ojos lagrimeaban por tanto humo al no arder la leña, regañó a mis hermanas:
–María, ¡qué haces, traiga leña seca, ésta está verde; tú Lucía, agarra tu metate para moler el pozol– las dos empezaron a ayudar a mi madre.
Los pollos se acercaron a la casa buscando dónde dormir. Mi mamá terminó de hacer la comida. Regresó mi papá fresco y limpio.
–¿Vas a agarrar de una vez tus pollos? –preguntó.
–Agarralos con tus hijas, todavía tengo qué hacer, ahorita les digo cúales son –mientras caminaba al árbol de durazno donde duermen los pollos.
–Con tres que llevemos está bien, ¿verdad?
–Sí, está bien porque no vamos a poder llevar más, nuestra carga pesa -dijo mi papá. Mi mamá miró un gallo trepado en el árbol de durazno y lo señaló.
–También esas dos gallinas viejas, porque son muy comelonas de milpa– y señalaba dos gallinas gordas que querían subir al árbol. Sentí triste mi corazón, también mis hermanas por que nunca volveríamos a ver a nuestro gallo que tanto tiempo habíamos cuidado para que creciera grande, no queríamos agarrarlo, me daba mucha lástima.
–Apúrense cabrones, se nos va hacer más noche, no vamos a ver en dónde se esconden –dijo mi papá.
Vi a mi mamá sentada en medio del patio con una olla grande, contando uno por uno los huevos que había juntado para venderlos, los amarraba con el doblador.
A las gallinas gordas las agarramos rápido; el gallo gargantón voló hacía abajo y salió corriendo, pareciera saber su destino: engordar a los señores mezquinos. Lucía se golpeó el pie derecho y sangraba. Mi papá cansado y molesto, llamó a López, el perro que teníamos. Así, entre López, María, Lucía y mi papá en un rato agarramos al bendito gallo.
La oscuridad invadía todo, mis padres terminaron de arreglar la carga. Después nos juntamos a la orilla del fogón, casi todos contentos para cenar frijol con tortillas suaves y atol agrio. Muy molesto, no sabía cómo decirles a mis padres que quería viajar y conocer Jobel, a punto de soltarme en llanto, mi papá me dijo:
–Apúrate a cenar, ya vamos a dormir, no pienses que te vamos a llevar, no vas a poder llegar, ¿crees que está muy cerca pues, el Jobel? Además no podremos cuidarte, tenemos mucha carga.
-Comencé a chillar. A mi papá le causé lástima, se quedó un rato pensativo, luego dijo:
–Cena pues, cabrón, te vamos a llevar. Ah, pero si no puedes caminar te vamos a dejar tirado, o te quedas como mozo de los mestizos-al escuchar esas palabras me alegré, terminé de cenar muy contento.
Mi hermana María, la más grandecita preguntó:
–Papi, ¿cuándo regresan? ¿qué nos van a traer para nosotras, ropa, juguetes, frutas o qué?– Creo que mi papá no escuchó.
Esa noche descansamos un poco más temprano. La carga quedó lista en el corredor de la vieja casa.
Nos levantamos a las dos de la madrugada. Casi no dormí por la emoción de conocer la gran ciudad. Mi mamá se levantó primero para preparar café y pozol. Después de beber algo, mi papá juntó un manojo de ocotes, los encendió y dijo:
–Vámonos, que Dios nos bendiga– salimos de la casa, ya afuera, mi papá recomendó a mis hermanas:
–María, cuiden a los animales, no vayan a pelearse, le dan de comer a los pollos, regresamos en la tarde– mi mamá recalcó lo mismo.
Entre bosques y serranías, apenas veíamos el camino con la lumbre del ocote que traía mi papá; para mí todo era alegría, escuchaba las palabras de mis padres, al regresar contarían con algunos centavos y con las cosas que dieron motivo al viaje.
Yo caminaba delante de mi padre, sin sentir el frío por la emoción, descalzo, luciendo mi traje blanco, chuj gris y mi faja roja. Mi papá su costal de trigo en la espalda, al lado de su pecho colgaba la red del pozol y en su otro brazo las dos gallinas. Mi mamá con su blusa y rebozo blancos, nagua azul oscuro, faja roja y descalza con medio bulto de trigo, abajo de su brazo el Miguelito, más arriba el tol de huevos, también entre sus brazos el gallo gargantón. Así avanzamos.
Al cruzar el cerro Xk’ib, ya había pasado la madrugada, clareaba; también los peores miedos, según los abuelos, por ese gran cerro aparecía mucho el negro sombrerón, ahí desaparecía a mucha gente, los viajeros no se detenían.
–¿Ya se ve mejor para que apague el ocote? –preguntó mi papá.
–Si, ya se ve, apágalo -respondió mi mamá.
Ya sin lumbre para iluminar el camino, empezamos a sentir el calor de nuestros cuerpos, seguimos avanzando para llegar temprano y vender bien las cosas que traíamos. Mis padres comenzaron a recordar. Por donde pasábamos se enfermó el papá de mi papá y mi mamá fue chicoteada por romper unos huevos.
Por el peso de la carga prefirieron callar para no cansarse. En silencio caminamos hora tras hora, antes de llegar a Ik'al nabil a mi mamá se le cansaron los brazos.
–Pedrito, hijito... ayúdame un rato con este gallo, lo agarras bien, no lo vayas a soltar por favor- me dijo.
Agarré al gallo entre mis brazos, muy contento, pero de repente se sacudió y tuve miedo, lo solté totalmente; mi mamá, al ver que el gallo caminaba entre el monte, rápido bajó su carga, mi papá también, mientras el gallo cantaba entre los matorrales. Lo correteamos hasta atraparlo.
Caminamos de nueva cuenta, al llegar al Ik'al na’bil, estábamos llenos de lodo, apenas nos distinguíamos entre los árboles y matorrales; mi papá se adelantó, yo atrás con mi mamá escuchando sus quejidos de cansancio. También yo estaba agotado, era la primera vez que caminaba esa distancia. Mi papá cruzó un arroyo, al ver las cristalinas aguas se le antojó beber, se acercó a la orilla del arroyo y bajó su carga, con sus manos tomó el agua.
–Baja tu carga y toma un poco de agua, luego le das de mamar a Miguelito- dijo mi papá.
Mi mamá no perdió tiempo, bajó su carga, se limpió varias veces el sudor con el rebozo, se acercó al arroyo, lavó sus manos, tomó agua, y después se lavó la cara, se acercó a mi papá:
–Nos falta bastante, ¿verdad? Ojalá que vendamos bien las cosas.
–Pues eso esperamos; sí, todavía nos falta mucho, mujer.
Yo aburrido nada quería, apunto de estallar en llanto por el dolor del cansancio. Mis padres decidieron tomar el pozol, apenas alumbraba el sol, los primeros rayos se confundían con los colores de los árboles.
Después de beber nuestro pozol, me dieron a cargar la red de huevos y seguimos caminando otras horas. En Ch'ailal tojtik solté mi primer llanto. A ese lugar ya llegaban las atajadoras, quienes arrebataban y mal pagaban los productos de los viajeros indios, principalmente huevos y pollos, para revenderlos en la plaza de Jobel. Pasamos ese primer lugar, yo le pedía a Dios que llegara alguien con tal de vender el tol de huevos que llevaba en mi espalda, pero no había nadie. Seguimos caminando. Después mi papá se detuvo, vio a algunas personas, se acercaron a él y le preguntaron:
–¿Hay huevos, marchante? ¿Cuánto cuestan los pollos? –mis padres bajaron sus cargas para enseñarlas. Yo aproveché para sentarme y descansar un poco, eso sí, seguí llorando. Sólo cinco centavos daban por cada huevo, por el dolor y el cansancio que sentíamos decidieron rematar su mercancía, vendieron las gallinas gordas y los huevos.
Ya no quería caminar, prefería quedarme sentado, para entonces lloraba incesantemente, mi papá me dijo:
–Te dije que no vinieras, porque no podrías caminar tanto, pero tu quisiste venir, ahora tienes que seguir; si no te dejamos con estos mestizos– más fuerte comencé a llorar, a mi mamá le di lástima, me habló con ternura:
–Es mentira, ya vamos a llegar... camina otro poquito hijito y conocerás Jobel y te vamos a comprar tu dulce cuando lleguemos.
Dejé de llorar y seguí caminado. Mis padres restaron un poco el peso a sus cargas, ya en su red traían los primeros centavos bien amarrados. A nuestro paso encontramos más compradores. Al gallo gargantón no lo quisieron vender, creían que al llegar a la plaza central de Jobel les iban a pagar un poco más.
Cuando vi las primeras casas de la gran ciudad hice el esfuerzo de aguantar el llanto, ya no sentía mis pies por tanto dolor y sangraba por los dedos, caminar seis leguas era demasiado para mis ocho años. Veía a mis padres bañados en sudor, por fin entramos a la ciudad.
Llegamos al centro de Jobel, mis padres bajaron sus cargas y al gallo. En seguida llegaron varias personas a preguntar por el trigo, pagaban muy barato y mi papá no quiso vender. Ahí vi por primera vez vendiendo y caminando a otros indígenas con diferentes ropas de Tenejapa, Chamula, Chenalho'. Después de un buen rato apareció un viejo gordo, el marchante comprador de trigo. Mi papá se alegró al verlo, era marchante seguro, el viejo se acercó, preguntó.
–¿Traes trigo, marchante?
–Yech -dijo mi papa- aquí esta el triko.
–Llévalo a mi casa pues, ya sabes que yo pago bien.
Mi papá no lo pensó dos veces, cargó el costal sin preguntar cuánto le iban a pagar, me llevó, aunque ni pararme quería, pero por conocer Jobel hice el esfuerzo de acompañarlo, nos fuímos atrás del marchante por un callejón en el barrio del Cerrillo. En una casa vieja de adobe y tejas midieron los trigos, le pagaron cinco centavos por litro de trigo, en seguida el viejo marchante trajo un bocadillo para nosotros, unas dobladas de frijoles con huevos, yo comí sabroso por tanta hambre, hasta quería más; mi papá no comió, guardó lo suyo para compartirlo con mi mamá. Cuando regresamos con ella lo dividieron y lo comieron. Después me fastidié por el cansancio, además no me compraban nada como me habían prometido; sólo volteaba a ver de un lado a otro cómo comían los niños mestizos, pareciera que todo era de ellos, comían dulce, frutas, todo lo que pedían les compraban, mientras a mí sólo agua se me hacía en la boca.
Mi papá le dijo a mi madre:
–Vamos a ver lo que tenemos que comprar y llevamos tu gallo, que tal que ahí lo vendemos mas rápido.
–Está bién, vámonos –dijo mi mamá.
Juntamos nuestras redes y comenzamos a caminar, a ver la sal, el chile y otras cosas, sólo preguntado precios. Yo iba jalando la nagua de mi mamá, tenía mucho miedo de perderme en esa gran ciudad. Seguimos preguntado precios, pero no comprábamos nada, todo estaba muy caro, una señora vendedora de piñas preguntó por el gallo, ofreció un peso, pero mi papá quería un peso y medio, le dieron un peso con dos centavos. Vendieron el gallo gargantón, el consentido de nosotros. Nos dieron una rebanada de piña a cada uno, me alegré en ese momento, hasta se me olvidó el cansancio y el dolor de mis pies, disfrutaba mi bocadillo. Miguelito, el más pequeño, no sabía nada, solamente lo tenían entre los brazos, cada vez que lloraba le daban de mamar, ni se preocupaba.
Seguimos caminando, por fin compramos un poco de sal y frutas con la paga de nuestro gallo, pero faltaba el chile. Caminamos más y encontramos chiles galanes y baratos, pidieron tres, cuatro y cinco medidas, ahora le tocó pagar a mi papá, con el dinero de los huevos y las gallinas gordas y la paga de su trigo; empezó a registrar su red donde lo había guardado, no encontraba el dinero y lo buscaba por todos lados, bien se acordaba que lo tenía amarrado en un plástico, pero no aparecía.
–¡Ay, Dios mío, no vaya ser que ya lo perdiste! ¡ay, Dios mío, dónde lo guardaste! acuérdate bien- rogaba mi mamá.
Mi papá empezó a sudar y siguió buscando, pero nada encontraba, por fin se dio cuenta que lo habían robado. Mi mamá lloraba de coraje, mi papá enojado, nervioso y preocupado, por tantos sufrimientos para criar los pollos, juntar los huevos, llegar hasta Jobel...No compraron lo que tenían previsto; habían pensado comprarme el primer par de huaraches por el esfuerzo que hice para llegar a Jobel, pero todo era en balde.
A las once de la mañana, cansados, tristes y enojados, ya nada hicimos. Veía a mi mamá caminar entre las multitudes de la plaza, le rodaban lágrimas de tristeza. Mi papá se dio cuenta y se puso más triste. Decidieron pasar a librar sus penas al templo de Santo Domingo, para pedirle a Dios por el dolor de su sufrimiento. Así conocí la iglesia más bonita de Jobel. Al entrar lloraron mucho mis padres, me dieron lástima, nos hincamos frente al altar, me sorprendí al ver los gigantescos murales dorados, la imagen de Santo Domingo de Guzmán cubierto de flores se confundía con las palabras benditas de mis padres, le pedían al Dios todo poderoso sobre el dolor de su sufrimineto, reflexión a la persona que hizo la maldad, que no lo vuelva hacer porque daña mucho a las personas, que se alejen las enfermedades de la familia, de sus animales, de recordar y respetar a la madre tierra, al padre sol, al mismo tiempo se consumían las pequeñas velas que encendimos.
Así, frente a la imagen de Santo Domingo de Guzmán lloramos y desahogamos el gran peso de nuestro sufrimiento. Al salir agarramos nuestros redes y bolsos, retornamos a nuestra vieja casa de Muk'ta osil, ya sin carga... nada de centavos, otra vez pasamos a tomar nuestro pozol en K'uk' tojtik.
Después seguimos caminando hora tras hora casi sin hablar, recordando la emoción de la mañana cuando caminábamos cargados como bestias. Algunos ratos mi papá me llevó cargando porque yo ya no podía, hasta llegar a nuestra humilde choza a eso de las siete de la noche. María y Lucía, al ver que nos acercábamos se pusieron muy contentas, hasta la puesta del sol se habían hecho a la idea de todo lo que les llevaríamos, pero vieron nuestro sufrimiento. Mi mamá llorando les explicó lo sucedido, las niñas también se pusieron muy tristes. Llegamos cayéndonos de cansancio y con una tristeza que nos consumía el alma. Apenas comimos algo mi mamá y yo y fuímos a acostarnos; mi papá decidió descansar sin tomar alimento, sólo se preguntaba así mismo, por qué los pobres sufren más, ¿será que Dios así lo quiere?
SK’EJIMOLAL K’IN
CANTOS PARA CELEBRAR
Enrique Pérez López
Desesperanza
Sentado medito aquí, santo abuelo,
a la vera del camino te espero:
trepidante alma de niño guerrero
ansía abrazarte, tener consuelo.
Corazón profundo, pájaro en vuelo,
de pie espero al eterno compañero,
hondas huellas cuento, no desespero
incansable busco tu sombra, abuelo.
Mensaje entregado ya entre las sombras
Rostro pálido, en el patio sentado
preparas tu viaje final, me nombras.
Entrega tu espíritu fatigado,
tu cuerpo descansará en penumbras,
tu voz bajo la tierra, ya enterrado.
Morada de jaguar
Creciste siempre persiguiendo el cielo,
extensas raíces te sustentaron
-tu espíritu en el frío intenso templaron-
morada eterna del Señor del suelo.
Tzonte’ vitz del jaguar eres consuelo,
espíritus verdaderos te rodearon,
viajeros lejanos ya te admiraron,
rogando viene el del cercano suelo.
Pies sangrantes llegan a suplicarte,
anhelan hallar el rezo original,
tus hijos quieren hoy reverenciarte.
El alma entrega ya el cuerpo terrenal,
en el frío invierno quiere abrazarte,
busca en tí la luz del camino final..
Celebrante de fiestas
Desde mucho tiempo conmigo viene,
no está escrito, de niño he captado,
mi espíritu al viento lo ha gritado
con mi voz el aire libre entretiene.
Postrado de rodillas hoy me tiene,
mi nombre debe quedar asentado,
la vida a contribuir he preparado,
el cargo festivo me reconviene.
Corazón florido sobresaliente,
camino con el rostro muy altivo,
reverenciaré al omnipresente.
Mi danza será el gran atractivo,
la preocupación estará ausente,
cuando quede ya mi cuerpo inactivo.
Señores de la lluvia
Mirada imponente elevas a tierra caliente
vientre inmisericorde calcinada de calor,
a mi compañera niegas piedad, sólo dolor,
mi cuerpo fatigas en la tarde cruel y ardiente.
Ya pasó la dolorosa época de estiaje,
impaciente espero ya tu voz, tu movimiento
anuncia la lluvia, la tierra sólo es sufrimiento,
los corazones sedientos buscan el aguaje.
Reúne tus lágrimas con el pequeño Itzan tun,
apiádate, ve las manos secas de mi alma,
llega el día final, dice el corazón en calma,
sacude tu cuerpo, oh sagrado cerro Balun tun.
Ave color de libertad
Un instante de loca algarabía del cielo
Obsequió al hombre un trozo de su azul manto,
Prendido quedó entre las ramas con su canto,
Mezclándose en la fría niebla a buscar consuelo.
Surcan el frío aire alas que muestran su facultad,
Profundo corazón soñador su canto alista,
Del cautiverio huye, evita la indiscreta vista,
Quiere disfrutar del aire, volar en libertad.
Le acompañan las mañanas y tardes de tempestad,
Entre robles y peñazcos transcurre su existencia,
Disfruta de la vida su gran benevolencia:
Trozo de cielo azul, ave color de libertad.
Muerte lenta
Rostro trémulo asomas con tristeza,
Ojos llorosos del humo incendiario,
Sangre que se derrama y seca a diario,
Alma que muere llena de flaqueza.
Aves mudas de pavor, con torpeza
Acompañan el dolor temerario;
Río, canoa cubierta de sudario
Lagarto que llora sin su fiereza.
Zenzontle ahogado en la penitencia,
Vidas que aún no saben por qué mueren,
Hay voces que cantan con diligencia;
Hombres insensibles que sólos se hieren
No verán la eternidad de su esencia,
Aliento fugaz: es lo que prefieren.
Ofrenda
Semilla en la tierra depositada,
Fuego ardiente, nocturna fertilidad,
Vientre que brindó su sensibilidad,
Nueva ofrenda en su interior derramada.
Lucha inútil para ser arrancada,
Segar sus ojos a ver la claridad,
Apartar su cuerpo con hostilidad
¡Vana intención con tiempo anulada!
Hondas raíces mantienen su razón,
Resiste hoy con tierna permanencia,
Ya nada puede dañar su corazón.
Su palabra de indefensa apariencia,
Danza al viento, alegre canta con tesón,
Fuerza impetuosa de nuestra paciencia.
Negro: celebrante del carnaval
Tambores y flautas llaman tu futuro,
Palabras floridas llenan tu mente,
De los grandes señores el conjuro,
Súplicas nombran tu cuerpo presente.
El carnaval te anuncian, es seguro.
Hará la fiesta el Pasión saliente,
La esencia elegida es del más maduro,
Ayudará al sol, gran combatiente.
Tizne cubrirá tu rostro para mal,
Ulularás cual pukuj a su farsa,
Invitando a la gente muy informal:
Esencia de la fiesta es tu comparsa,
Negro: alegría de aspecto fantasmal,
Danza y teatro que el carnaval engarza.
De los autores:
Josías López Gómez, nació en el Ombligo del Mundo, tierra de los hombres de maíz. Sembrador de palabras, de las primeras palabras de sus antepasados.
Juana Karen Peñate Montejo, nació en el año de 1979 en el municipio de Tumbalá, Chiapas, desde los seis años tuvo la inquietud de jugar con las palabras, transformándolas en cantos para la naturaleza.
Ruperta Bautista Vázquez, entre la mirada del sol y la luna, con el frío vientecillo de la madrugada, en un veitisiete de marzo nace en el antiguo valle de Hueyzacatlan, hoy San Cristpóbal de Las Casas.
Nicolás Huet Bautista
Nació con alma pura, corazón alegre; como la blancura del cerro caliza (Huixtán), después envuelto en la miseria, pero paso a paso exploró la vida, el amor y la escritura de la palabra.
Enrique Pérez López, 1964.Chenalhó, Chiapas, México.
Dicen que nací en la madrugada, el día dieciseis del mes de o'lalti' (abril, con meses de 20 días), cuenta del calendario maya-tzotzil; canto del gallo fue la bienvenida. Las estrellas cerraban ya sus ojos, la luz del sol fortaleció mi alma; palabras de los hombres murciélago entraron a mi corazón y mi mente. Los sotz'il vinik antz (hombres y mujeres murciélago) me vieron crecer, esperaron florecer mi corazón. Mi espíritu escribe palabras, pinta el pensamiento de mi pueblo, por el aire que respiro, agradezco.
Last Updated: February 2, 2000